JAVIER SAMPEDRO 09/02/2011
Publicado en el diario: El País
Una de las imágenes con mayor carga de violencia de la película: "La Naranja Mecánica". |
En "La naranja mecánica", Anthony Burgess imaginó un método de condicionamiento pavloviano para provocar en el protagonista una aversión combinada hacia la violencia y el sexo. No tuvo éxito, pero el asombroso avance de la neurociencia puede encontrar pronto una forma más eficaz de lograr lo mismo, y también lo contrario: disparar el comportamiento agresivo de un individuo con un simple rayo de luz.
La nomenclatura de la anatomía del cerebro puede resultar fastidiosa, pero en realidad es tan simple como consultar un mapa urbano. Si imaginamos el hipotálamo como un reloj, las zonas laterales ocuparían la posición de las 3 y las 9. La ventral estaría a las seis. Y las zonas ventromediales, a las que se refiere este trabajo, están a las 5 y a las 7. Dentro de ellas, la zona ventrolateral es la más próxima a la periferia del reloj.
La mitad de las neuronas del VMHv se activan por igual en presencia de un macho o de una hembra, pero muchas se mantienen activas solo en uno de los dos comportamientos. Por tanto, los dos comportamientos parecen compartir algunos tipos de input. "La interacción entre el sexo y la violencia está profundamente enraizada en la arquitectura básica del cerebro", como dice el neurólogo Clifford Saper, de la Facultad de Medicina de Harvard.
El amor suprime la agresividad. Cuando los investigadores hiperactivan los circuitos del VMHv con sus técnicas optogenéticas, los ratones macho se vuelven anormalmente agresivos: atacan no solo a machos y hembras por igual, sino también a los objetos inanimados, como un guante inflado, que se interponen en su camino. Pero esa misma hiperactivación optogenética no tiene el menor efecto si la actividad sexual ya está en curso.
Esta tecnología plantea la posibilidad de inhibir esos circuitos para refrenar el comportamiento agresivo. La inactivación con un sistema vírico (que expresa canales de cloruro inhibidores cuando se le induce con el antibiótico ivermectina) funciona bastante bien, aunque solo durante ocho días.
Hay formas de violencia en la naturaleza que cuentan con la avenencia de la mayoría, e incluso con la legitimación de la ciencia. Que los zorros maten conejos para comer (agresión predatoria) y que los insectos envenenen a los pájaros que se los comen (agresión antipredatoria) es justo lo que cabe esperar de la "naturaleza roja en diente y garra" con que Tennyson saludó a la selección natural darwiniana.
Pero casi tan ubicua como la anterior es la violencia contra los miembros de la propia especie. Las anémonas -las ortiguillas de los bares sevillanos-, que pese a parecer algas se cuentan entre los más primitivos animales del planeta, se azotan unas a otras con sus tentáculos venenosos.
Los gusanos poliquetos se pelean con la trompa (proboscis, en la jerga), y los crustáceos con las pinzas. También se pelean entre sí las hormigas, las ranas, los petirrojos, los lagartos, las arañas, los salmones, los ciervos y los chimpancés. La humanidad ha sofisticado, pero de ningún modo inventado, este tipo de violencia intraespecífica.
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