domingo, 14 de agosto de 2011

El cerebro puesto en su lugar

Marino Pérez desmonta con precisión en "El mito del cerebro creador" las trampas del cerebrocentrismo en las neurociencias actuales.
La obra que comentamos aquí no es fruto del excepcional cerebro de su escritor. No se ha creado en una localización concreta de su córtex y se ha manifestado a través de las órdenes que el cerebro ha dado a sus manos para que la teclease en su ordenador. Es cierto que si el autor hubiera estado convenientemente monitorizado, sometido a una permanente resonancia magnética funcional de su cerebro durante el acto de su escritura, hubiéramos asistido a un ir y venir de flujos sanguíneos por distintas partes de su encéfalo, a vistosos cambios de temperaturas en su corteza cerebral que hubieran vuelto llamativo el espectáculo. Pero pensar que la explicación de una conducta puede quedar resuelta en términos de aportes de glucosa, aumentos del flujo sanguíneo o alteraciones de la temperatura es pecar del monismo fisicalista grosero y ramplón contra el que Marino Pérez ha escrito El mito del cerebro creador. Para entender la existencia de un libro tan necesario como el que estamos comentando hace falta referirse a una persona, a un organismo en su unicidad, compuesto materialmente por órganos pero no descomponible formalmente en ellos, inserto en una cultura supraindividual desde el mismo momento del nacimiento sin la que el individuo no es nada. Sólo así daremos cuenta cabalmente de cualquier conducta humana, como, por ejemplo, la escritura de este libro por parte de su autor.
Tras una serie de obras de orientación claramente académica y que constituyen una de las cimas de la Psicología Clínica española (Tratamientos psicológicos, Contingencia y drama), el catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo Marino Pérez ha comenzado a publicar una serie de textos que apuntan directamente a falacias que, aun nacidas en el campo de la Medicina y la Psicología, desbordan sus orígenes académicos hasta constituir ideologías de clara implantación social, responsables del oscurecimiento de algunas cuestiones clásicas centrales en la conformación cultural de la idea de “hombre”. En 2007 hizo saltar la polémica con La invención de las enfermedades mentales. Y ahora, en 2011, carga contra el cerebrocentrismo, la ideología imperante en el ámbito de las neurociencias y algunas filosofías y psicologías, según la cual, —en desafortunadísima expresión del premio Nobel Francis Crick—, todas nuestras experiencias y conductas no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de células nerviosas y de moléculas asociadas.
Así, lejos de caer fascinado por la espectacularidad tecnológica de las neurociencias y sus arrogantes cantos de sirena, Marino Pérez toma respecto de ellas la distancia necesaria para poder analizarlas teórica y críticamente desde la filosofía, desvelando la pobreza conceptual que se encuentran en la trastienda de esta ideología apoyada en la ciencia. Huyendo de un dualismo espiritualista y demostrando en tal huida su nula formación en filosofía clásica, —Aristóteles, por ejemplo—, buena parte de las neurociencias ha terminado defendiendo un reduccionismo cerebrocentrista según el cual todas las actividades humanas cuya explicación se resiste a un mecanicismo fisicalista encuentran al fin explicación barriendo el problema bajo la atribución de tal actividad a un cerebro homunculizado. ¿Por qué tal persona tomó tal decisión? Porque su cerebro tomó tal decisión. ¿Por qué tal persona ve la vida de tal manera? Porque su cerebro percibe así los estímulos. ¿Por qué tal persona tiene tales sentimientos? Porque tiene activada la parte del cerebro encargada de ellos. Ellos dicen que es ciencia, pero no es más que mala filosofía, ideología individualista exacerbada y hallazgos tecnológicos sacados de quicio. “No hay escape de la filosofía, la cuestión es solamente si es buena o mala. Quien rechaza la filosofía está él mismo inconscientemente practicando filosofía” (Jaspers).
Afortunadamente sí hay escape del cerebrocentrismo. El problema es que no es sencillo y exige desembarazarse de prejuicios positivistas e individualistas. El grueso del libro presenta una propuesta de establecimiento de un campo en el que el cuerpo, —no solo el cerebro—, la conducta y la cultura se entreveran a través de complejas relaciones que superan la parodia neurocientífica. Por un lado, el materialismo fisicalista se supera mediante un materialismo filosófico tomado de Gustavo Bueno y basado en tres géneros de materialidad, desde el que se reconoce el error de Descartes pero se denuncia también el error de Damasio al señalarlo. A continuación, se defiende sólidamente la capacidad que tienen distinciones clásicas en Aristóteles, —potencia/acto, materia/forma—, para iluminar la complejidad de las relaciones entre la conducta y el cuerpo y la cultura que la posibilitan. El resultado es ya tanto una fundamentación cerebral de la conducta como una fundamentación conductual del cerebro, un cerebro plástico al que la regañina de Marino Pérez pone en su lugar, destituyéndolo de sus pretensiones absolutistas en el análisis de la idea de “hombre”. Este libro debería ser estudiado minuciosamente por cualquier interesado en las neurociencias y las neuroimágenes que quiera despertar del sueño dogmático en el que esta disciplina lleva demasiados años ofuscada. Muy probablemente no será así, y la explicación no requiere aludir a los flujos sanguíneos de los cerebros de los neurocientíficos para ser satisfactoria.

Publicado en el suplemento del diario "La Opinión" de La Coruña.


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